Blog de noticias del ámbito político, económico, social y de actualidad tanto nacional como internacional que no forman parte de la agenda de los medios hegemónicos.
Por Mempo Giardinelli. Estas breves líneas, Sr. Milei,
se las escribe un simple escritor argentino que es columnista en este
diario desde hace más de 30 años, y que todo lo que se propone ahora es
decirle respetuosa pero firmemente lo que muchos compatriotas piensan:
que lo verdaderamente grave de su candidatura son su ignorancia e imprevisibilidad.
Está
claro que eso no tiene importancia, en lo personal, porque jamás
seríamos amigos. Cuestión de estilos, de educación, de linajes
culturales. Pero la cosa es seria porque usted no es del tipo de gente
que se digiere fácil. Usted encarna, y muestra incluso con altanería, lo peor de la soberbia y la violencia oral. De
ahí, posiblemente, su natural violencia verbal, su maltrato a
interlocutores. Todo eso que tantas veces lo lleva a perder contacto con
la realidad circundante y explica sus silencios súbitos en la tele, sus
miradas extraviadas, sus vertiginosos pases de furias a sonrisas y
viceversa.
Usted quizás piense, y acaso diga, que le importa un
pito lo que aquí se escribe. Y está en su derecho y hasta podría acusar a
esta nota de insolencia. Pero nada de eso despejaría lo que muchísima
gente, millones de compatriotas, están viendo a diario en usted: un audaz mentiroso, un verdadero patán que se comporta de forma ignorante, tosca y grosera.
Por
supuesto que puede carecer de importancia la opinión de un columnista,
pero sí importa lo que ven millones. Que ven que usted pretende presidir
una república democrática pero promete destruirlo todo para construir
luego quién sabe qué ni cómo. Por eso el asunto es de gravedad. Y si
encima se ve que usted es un hombre pequeñito, solitario, sin amigos ni
amigas, una especie de infeliz de toda la cancha en el que nadie
confiaría para hacer un gol, es natural que desconfíe medio país.
Desde
luego que verlo en la tele pronunciar algunas de sus confusas
aseveraciones, permite pensar que el fastidio que producen es natural y
obvio, aunque también hacen sentir —al menos a este columnista—alguna
forma de piedad, porque ha de ser muy duro estar en su cuero, viejo,
cómo no entenderlo. Una soledad de más de 50 años sin amor —que quién
sabe si usted sabe lo que es, lo que significa, lo que serena, cauteriza
y alegra el amor, el buen amor— ha de ser un calvario íntimo como el de
ciertos viejos personajes de García Márquez.
Y es que —es sólo
una intuición— parecería que usted no ha recibido amor jamás. Digo amor
del bueno; se nota a la legua que no se lo dieron y de ahí —respetuosa
hipótesis— ese caracter podrido y violento que muestra casi a diario
con sus gritos, amenazas y ofensas gratuitas. Pobre alma la suya, como
diría mi madre, “cuánto sufrimiento ha de tener adentro ese muchacho”.
Por
supuesto que las aquí redactadas son nada más que hipótesis, tanteos en
procura de entender no sólo su mal humor y peligrosidad cuando lo
incendian las culpas, o los miedos. Pero hipótesis que al menos
validarían conjeturas inevitables acerca de usted, un candidato a
Presidente de la República que —Dios no lo quiera— en una de esas va y
sale como chijetazo y se sienta en el sillón de Don Rivadavia para
pánico de muchísimos, entre ellos este escriba. Y también de los que
importan, o sea empresarios, artistas, científicos, docentes,
agronegociantes, académicos, funcionarios actuales en el intercambio con
las hordas venideras, en fin, para qué seguir el listado si ya del
pánico más de uno abandona esta nota y chau.
Le confieso que, lego
y todo, lo vengo estudiando si se me permite decirlo, sobre todo para
desentrañar cuál es y cómo será lo que usted ha de sentir. Cuando está
solo en su habitación, digo, o sentado en el water y revisando lo hecho
o, peor, planeando lo por hacer. No dudo que se le cruzan pensamientos
tormentosos, sí que horribles. Pobre usted, Javier, si me permite
llamarlo así. Las culpas que ha de sentir, las sombras que lo envolverán
aunque las niegue, porque siempre están. Y joden, vamos, bien lo sabe
cualquiera que va al trono como al tribunal de las grandes decisiones y
entonces los análisis, pensamientos, ensoñaciones y culpas y etc… Yo
apuesto a que usted enfrenta un infierno. Y por eso creo verlo entregado
a la interacción humana no con amor sino con espanto; no con humor sino
con miedo y sobre todo con la carga tremenda de tener que disimular
todo y todo el día y todos los días. Un averno, digamos, que se expresa
en tremenda soledad y desazón. Y frustración, también, que me parece que
es el motor que a usted muchas veces lo mueve y quién sabe si conmueve,
pero que seguro lo urge, lo enerva y lo hace tan gritón, violento y
maleducado, como diría mi vieja.
En fin, a este paso quién sabe,
pero huele como que todo puede terminar mal, Milei. No sé si entenderá
lo que le estoy diciendo, de onda pero alarmado: que estoy absolutamente
seguro de que si usted no detiene sus furias en los próximos días
—sobre todo esos miedos que a cada rato le ve todo el país en la tele—; o
sea si no consigue aunque sea unos minutos de serenidad y un claro
sentido de cómo son las cosas, y sigue escapándose de la realidad, la
Historia, viejo, lo va a condenar de la forma más severa. Y a usted le
importa eso, claro que le importa. A todo político le importa el juicio
de la Historia aunque no la alcance a ver.
Entonces quedan tres posibilidades, Milei:
1)
que el Sr. Massa obtenga más votos que usted. En tal caso acéptelo con
hidalguía y reorganice su vida con más amor y menos perros, y sin
gritos. Y córtese el pelo. Creáme que son buenos consejos.
2) que
usted reciba más votos que Massa; y en ese caso pues disfrútelo, pero
sereno. No amenace ni sea revanchista hacia nadie; desatienda llamados
de chupamedias y mejor cene rico y con buen vino, y luego regálese una
noche de buen amor, si acaso lo consigue. Y al día siguiente convoque a
conferencia de prensa en la que reconozca que también le interesan la
Patria y el bienestar del Pueblo Argentino, y que todas las barbaridades
que dijo eran meros recursos electorales o algo así. Y enseguida admita
ante sí mismo que tanto daño que ha prometido a la República no tiene
sentido; sería maldad al cuete, de manera que mejor presente una
delicada y formal renuncia ante el Congreso, que lo va a aplaudir en
pleno como toda la ciudadanía. Y quedará en la Historia.
3) Y deje
de mostrarse necio, vulgar y estridente. Que eso no sirve para nada y
sólo confirmaría la condena que hoy parece esperarlo ahí, mismo, en la
Historia.
Por Mario Wainfeld. El atentado contra la vida de la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner fue transmitido casi en vivo por la tevé.
Este cronista lo estaba mirando. Como siempre debe sincerar “desde
dónde escribe”. Escribo estremecido, emocionado, alelado en buena
medida. Con algo más parecido a la congoja que a la indignación.
Hay momentos de la historia que demarcan un antes y un después, un quiebre, el comienzo de una etapa. El
reciente aniversario de la masacre de Trelew reencuadra ese hecho como
el comienzo del terrorismo de Estado que asoló el país desde 1976.
En la medianoche del jueves se deben evitar especulaciones prematuras que las investigaciones judiciales tendrían que develar. De
cualquier modo, lo ocurrido debería demarcar un cambio en la cultura
política argentina. Decimos “tendría”, “debería” porque sabemos que es
imprescindible y no sabemos si sucederá.
El intento de magnicidio armoniza con palabras y hechos habituales, añejos y recientes. Sucedió
en el escenario de la provocación cometida por el Jefe de Gobierno
Horacio Rodríguez Larreta el sábado. Armoniza con la represión que lo
siguió. Y con la descalificación que le propinó la exministra de
Patricia Bullrich acusándolo de blando, pidiéndole mano dura, balas de
goma, palos.
La derecha argentina, se escribió en esta columna el domingo, está desbocada.
Aplicó la doctrina Irurzun, encarcelando opositores durante la
presidencia de Mauricio Macri. Reprimió ferozmente en la Patagonia
segando las vidas de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel. Las invectivas
de odio llevan a sus dirigentes a una competencia interna interminable a
ver quién es más intolerante y virulento. El diputado Ricardo López
Murphy era hasta hace poco un neoconservador extremo en lo económico.
También un hombre capaz de discutir en público y hasta de ser cortés.
Días atrás publicó un tuit primitivo antidemocrático : “Son ellos o
nosotros” que también hace juego con la barbarie que nos convulsiona ahora. Ayer repudió. En buena hora y sin haberse empatado.
En el registro propio de la época numerosos dirigentes opositores se
apuraron a calificar el hecho como atentado (esquivando medias tintas) y
a repudiarlo. Los más trogloditas hicieron excepción a la regla. Pero
la mayoría cuestionó, sin ambages. Es bueno que así ocurra, es lo mínimo
que podían hacer y no es bastante. Tendrán que ponerles el cuerpo a los
breves textos, ser coherentes con ellos de aquí en más.
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Los hechos deberían mover a ellos y al oficialismo a recapacitar, repensar la Argentina, hacerse cargo de que ni la gobernabilidad ni la paz social son eternas, ni están garantizadas para siempre.
La
pandemia pudo esclarecer al respecto. La gobernabilidad --en medio de
la penuria, la muerte y el miedo-- la construyeron la templanza y la
solidaridad del pueblo argentino, en especial sus sectores populares.
La
aldea global da ejemplos de retrocesos impensados poco tiempo atrás.
Regresiones feroces. A veces llegan por vía institucional como el fallo
de la Corte Suprema estadounidense sobre al aborto. Otras veces salen
de la sociedad.
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Las elecciones de 2023 están cerca. En
un contexto enfurecido y hasta envilecido “todo el mundo” da por hecho
que el escenario político será continuidad, reacomodará a las fuerzas
existentes. Habrá o se suspenderán las Primarias Abiertas (PASO). Tal
vez el diputado Javier Milei consiga terciar, si concreta el milagro de
encontrar un resquicio a la derecha de Patricia Bullrich o de Macri.
Supuestamente no se cree que haya riesgo de zozobra del sistema
político o del marco de convivencia aún con sus fallas, zonas grises o
déficits. Pero acaso estén en jaque. El pacifismo de los argentinos,
su impenitente hábito a manifestarse sin romper nada colisionan con el
ensimismamiento de buena parte de la dirigencia política. Con la
injusticia en la distribución del ingreso. Y con ese juego de suma cero
en el que todo vale, aún pegarles a diputados. O proclamar que se derogó
la presunción de inocencia en el proceso penal. O pedir a la ligera
pena de muerte para Cristina … sin suscitar en ese caso repudio de los
compañeros de bancada cambiemitas.
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La vida es frágil. Los humanos lo sabemos aunque lo negamos de distintas formas. Cristina estaba a sus anchas y al mismo tiempo desprotegida, en peligro de muerte. El
mismo perpetrador u otro habría podido asesinarla porque impera un
lógico grado de relajamiento, producto de “esto acá no pasa”.
Pues
pasó, lo que impone solidarizarse con Cristina Fernández de Kirchner y
su familia, abrazarlos así sea de modo simbólico. Y prepararse para
defender al sistema democrático que no es de titanio, ni inmune a tanta
violencia.
Hasta ahora una mayoría notable de la sociedad civil
fue garante contra la anomia y a la inestabilidad del sistema
democrático… seguirá siéndolo. Pero le cabe también a las dirigencias
políticas, sociales y gremiales ponerse a la altura de los nuevos
tiempos.
Ayer no salió el tiro pero se disparó una advertencia. Nada será igual desde ahora.
La
vicepresidenta cruzó fuerte a integrantes del Gabinete del Gobierno por
su accionar en medio de la crisis que dejó Macri sumado a la pandemia.
La vicepresidenta Cristina Kirchner apuntó esta
tarde a la oposición, pero también advirtió que en el Gobierno hay
"funcionarios y funcionarias que no funcionan". Además, advirtió que
"sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores políticos,
económicos, mediáticos y sociales", la Argentina no podrá resolver la
crisis generada en torno del dólar.
"En este marco de derrumbe macrista más pandemia, quienes idearon, impulsaron y apoyaron aquellas políticas,hoy maltratan a un Presidente que, más allá de funcionarios o
funcionarias que no funcionan y más allá de aciertos o desaciertos, no
tiene ninguno de los ´defectos´ que me atribuían y que según no pocos,
eran los problemas centrales de mi gestión", resaltó. En una
carta que publicó en las redes sociales, sostuvo: "El punto cúlmine de
ese maltrato permanente y sistemático, se produjo hace pocos días en un
famoso encuentro empresario autodenominado como lugar de ideas, en el
que mientras el Presidente de la Nación hacía uso de la palabra, los
empresarios concurrentes lo agredían en simultáneo y le reprochaban,
entre otras cosas, lo mucho que hablaba".
También, cruzó fuerte a distintos sectores de la oposición al
advertir que "lo que no aceptan es que el peronismo volvió al gobierno y
que la apuesta política y mediática de un gobierno de empresarios con
Mauricio Macri a la cabeza, fracasó". Y sumó: "Es notable, sobre todo en
el empresariado argentino, el prejuicio antiperonista".
El dólar
Tras
resaltar que "la Argentina es ese extraño lugar en donde mueren todas
las teorías" se refirió al problema de la economía bimonetaria que es, a
su entender, "el más grave que tiene nuestro país". "Es de imposible
solución sin un acuerdo que abarque al conjunto de los sectores
políticos, económicos, mediáticos y sociales de la República Argentina",
señaló. Asimismo, dijo que "nos guste o no nos guste, esa es la
realidad y con ella se puede hacer cualquier cosa menos ignorarla".
Así lo consideró en una publicación realizada en sus redes sociales
para conmemorar los diez años de la muerte del ex presidente Néstor
Kirchner, en la que hizo referencia a temas sociales, políticos y
económicos. "El problema de la economía bimonetaria no es ideológico. No
es de izquierda ni de derecha. Ni siquiera del centro. Y no hay prueba
más objetiva de esto que la alternancia de modelos políticos y
económicos opuestos que se operó el 10 de diciembre de 2015", sostuvo.
En
esa línea, agregó: "Todos los gobiernos nos hemos topado con él. Unos
intentamos gestionarlo con responsabilidad, desendeudando al país en un
marco de inclusión social y desarrollo industrial. Otros de orientación
inversa -como el de Mauricio Macri- siempre han chocado la calesita con
endeudamiento y fuga.
Hace más de 20 años Neil Howe predijo que Estados Unidos viviría una crisis que llegaría a su clímax en el año 2020.
Su
vaticinio no lo hizo mirando una bola de cristal sino sobre la base de
una controvertida teoría que este historiador, economista y demógrafo
desarrolló en la década de 1990 junto a su colega William Strauss.
Estudiando
la historia de EE.UU. desde 1584, estos autores encontraron una serie
de patrones que les permitieron explicar la evolución histórica de ese
país a partir de los cambios generacionales.
El resultado se plasmó en su libro Generations ("Generaciones"), de 1991, que dejó una huella duradera en personalidades tan dispares como el expresidente de EE.UU. Bill Clinton y Steve Bannon, exjefe de estrategia y antiguo hombre de confianza de Donald Trump.
Seis años más tarde, Howe y Strauss -quienes también son los responsables de haber acuñado el término de generación millennial para referirse a los nacidos a partir de 1982- publicaron otro libro, The Fourth Turning ("El cuarto giro"), en el que expandían su teoría.
En
el libro postulaban que la historia estadounidense (y de otros países
desarrollados) avanza en ciclos de cuatro cambios generacionales
recurrentes que llevan a que cada 80-90 años se presente una crisis de
gran magnitud como la que se produjo durante la Guerra Civil o en el
período de la Gran Depresión y la II Guerra Mundial.
Entonces, los autores vaticinaron literalmente que "viene el invierno" y anunciaron una crisis que tendría su clímax en 2020.
Howe,
quien en la actualidad trabaja como jefe de demografía de la consultora
Hedgeye Risk Management, habló con BBC Mundo sobre ese vaticinio en el
contexto de la crisis del coronavirus.
A continuación ofrecemos una versión sintetizada de la conversación.
En sus libros usted predijo que en algún momento de 2020
en Estados Unidos ocurriría una gran crisis comparable a la de la
Independencia o a la de la Guerra Civil. ¿Se parece esta pandemia por el
coronavirus a la crisis que estaba esperando?
Lo que
sugerimos es que la historia, no solo en EE.UU., sino también en muchas
otras partes del mundo está impulsada por un ciclo de generaciones que
se repite. Es casi como las estaciones del año. Cada período dura
aproximadamente una generación, unos 20, 22 o 23 años más o menos.
Cada
cuatro de estos periodos -lo que llamamos el Cuarto Giro- se produce
aproximadamente entre 80 y 90 años después del comienzo de los primeros
tres.
Eso realmente se alinea muy bien con las grandes crisis
cívicas recurrentes en la historia de Estados Unidos: la Revolución
Gloriosa, la Revolución Estadounidense, la Guerra Civil, la Segunda
Guerra Mundial y la Gran Depresión.
Y ahora aquí estamos de nuevo.
En la década de 1990 decíamos que estábamos en lo que llamamos el
Tercer Giro, un período de gran individualismo que llegaría a su fin en
algún momento de la primera década del siglo XXI.
Y que si eso
sucedía cerca de 2010, el nuevo ciclo probablemente duraría hasta 2030 y
sería una era de crisis que duraría una generación, un poco como el New Deal y la II Guerra Mundial, que realmente comenzó desde finales de los años 1920 hasta finales de la década de 1940.
Nosotros
sugerimos que la parte más agitada de esa era comenzaría en la década
de 2020. Entonces, un punto de inflexión crítico sería el año 2020.
Ahora,
por nuestra forma de ver el futuro, el Cuarto Giro probablemente
arrancó con la gran crisis financiera y la Gran Recesión, que comenzó en
2008-2009.
Entonces, ocurrieron grandes cambios en la actitud de
las personas en Estados Unidos hacia el globalismo, la desigualdad de
ingresos y el populismo, etc.
Creo que este es el comienzo de la
segunda mitad de esa era, que es el año 2020. Y tal como sucede, la
crisis del confinamiento por la pandemia coincide perfectamente con el
comienzo del clímax de esta era.
Entonces, (la referencia a) 2020
se debe a que es la segunda década de la era de la crisis en la que
ocurre la mayor parte de la acción.
Ustedes hablaban de cuatro tipos distintos de generaciones. ¿Puede explicar esta idea?
Hay
cuatro tipos diferentes de generaciones, nosotros los llamamos
arquetipos. Uno para cada giro o era, entendidos como estos periodos de
unos 20 años.
El Primer Giro se parece más a la primavera, es una
era posterior a la crisis. En Estados Unidos ocurrió desde la mitad de
la década de 1940 hasta principios de los años 60.
Fue un período
de instituciones fuertes y un gran sentido del progreso nacional. Un
momento en el que el individualismo, los inconformistas e incluso las
minorías étnicas raciales eran dejados de lado. Una era de gran cultura
mayoritaria. Y esto es típico de una era posterior a la crisis.
El Segundo Giro es un despertar. Es como el verano.
Es
un momento en el que, especialmente por la nueva generación nacida
después de la última crisis, todos quieren deshacerse de las
obligaciones sociales y redescubrir su individualidad, su propio sentido
de la pasión.
Son períodos de agitación, muy creativos y de
transformación en la cultura, en los valores y en lo religioso, como
ocurrió en los años 60 y 70.
El Tercer Giro toma las lecciones del reciente despertar sobre la necesidad de consentir al individuo.
En
Estados Unidos comenzó a principios de los años 80 y duró hasta
principios de los 2000. Se inició con la revolución Reagan: menos
impuestos, menos regulación, más tolerancia ante una mayor desigualdad y
ante las diferencias entre los individuos; y menos énfasis en la
cohesión social.
Las décadas del Tercer Giro, como las de 1980,
1920 o 1850, son períodos de cinismo y malos modales. La gente vive su
vida de la forma que quiere, independientemente de la comunidad. Todos
estamos orgullosos de nosotros mismos como individuos, pero estamos muy
desalentados con respecto a nuestra identidad cívica.
El Cuarto
Giro es un período de crisis política y social cuando nos reinventamos
cívicamente y renacemos como comunidad nacional.
De alguna manera
ominosa, diría que hasta ahora en Estados Unidos estos siempre han sido
períodos de guerra total. Todas las guerras totales en EE.UU. han
ocurrido durante el Cuarto Giro. Y en cada Cuarto Giro ha habido una de
estas confrontaciones.
No predigo que vaya a ocurrir una guerra
total pero sí creo que la guerra expresa o refleja parte de la urgencia
comunitaria que típicamente vemos en estas crisis: el populismo se
fortalece, la comunidad comienza a exigir mucho más a sus ciudadanos,
las libertades individuales se debilitan.
Estas cosas suceden durante estos períodos que, por cierto, no ocurren solo en Estados Unidos.
Este
nuevo crecimiento del populismo y el autoritarismo se produce en gran
parte del mundo: en partes de Europa y, particularmente, en Europa del
Este; en el sur y el este de Asia.
Si miras alrededor ves que esto es así. Líderes populistas que apelan a la mayoría etnocéntrica de su comunidad.
Este
es un período peligroso en la historia. Y creo que, desde la II Guerra
Mundial, gran parte del mundo está en un ciclo generacional muy similar.
Si usted fuera a aplicar su tesis generacional al momento actual ¿qué diría?, ¿qué estamos viendo? Y, más importante aún ¿qué ocurrirá a partir de ahora?
No
estoy en el negocio de predecir eventos reales. Lo que hago es predecir
estados de ánimo sociales, lo que hace que ciertos tipos de eventos
sean más probables.
Lo que sí predigo es que a medida que avance
el 2020 veremos un aumento en los llamados de ambos partidos
(Republicano y Demócrata) para que el gobierno haga más en lugar de
menos.
Basta con mirar la crisis del coronavirus. Ahora todos son
socialistas. Nunca he visto tal transformación: en el Congreso no queda
un solo legislador que sea conservador en términos fiscales. Incluso en
el lado republicano, todos están pidiendo más billones.
Probablemente
tendremos otra ley de estímulo a la economía con más billones en
subsidios para negocios, para trabajadores, para todos.
Ya estamos
volviendo a dar prioridad a la comunidad y, al final, esto costará
dinero real. Esto no vendrá con una tasa de interés del 0%. Más tarde,
alguien tendrá que renunciar a algo para pagar esto.
Es eso o
tendremos tasas de interés cero para siempre y nuestra economía nunca
volverá a crecer. Y, por supuesto, esa sería una situación aún más
sombría, lo que provocaría un descontento aún mayor.
Entonces,
creo que ya estamos lanzados. Ya hemos entrado en la segunda mitad del
Cuarto Giro con esta reciente pandemia y la respuesta de las políticas
públicas a la misma.
También creo que las elecciones de 2020 serán un evento muy disputado
y que van a transformar Estados Unidos, cualquiera que sea el lado que
gane.
En estos momentos parece probable que sea el Partido Demócrata, pero todavía faltan varios meses.
Hay muchas posibilidades.
Si
los demócratas ganan y exprimen su ventaja, creo que incluso podríamos
correr el riesgo de secesión en Estados Unidos. Creo que tal vez habrá
algunos estados no van a acompañar (al gobierno federal).
Por supuesto, esto ya sucedió antes en la historia del país.
¿Cree realmente que las cosas pueden llegar tan lejos?
Esto
es menos probable si los republicanos ganan, porque creo que los
demócratas piensan que controlan la clase que dirige las instituciones
nacionales.
Siempre pensé que era más posible si los demócratas
ganan: imagine si hay una regulación o algún nuevo impuesto y varios
estados rojos (republicanos) dicen "no vamos a pagar eso, no vamos a
seguir adelante".
Eso plantea un problema real y es interesante
cómo el gobierno nacional puede enfrentar ese dilema: si no hace cumplir
esa regla, se debilita permanentemente. Este es un problema real. Este
es el momento de la verdad.
Pueden ocurrir muchas otras cosas. La generación millennial,
que siente que nunca alcanzará el nivel de vida de sus padres, puede, a
través del voto, llevar hacia un cambio completo de nuestras
instituciones económicas.
Esto, como ocurre siempre, desatará una cierta oposición.
Este momento se parece mucho a la década de 1930: ruptura de alianzas
internacionales, aumento de los autócratas en todo el mundo, auge del
populismo y un enorme descontento por la situación económica que conduce
hacia grandes transformaciones de los gobiernos y, en última instancia,
hacia una redefinición completa de la ciudadanía y de las propias
instituciones públicas.
Con respecto a las próximas elecciones, según su teoría generacional, deberíamos enfrentar un choque entre los baby boomers y la generación millennial. Pero, en cambio, tenemos a Joe Biden y a Donald Trump...
El líder no es realmente importante.
Biden
es interesante porque es miembro de la generación silenciosa, la
primera en la historia de Estados Unidos que nunca llegó a la Casa
Blanca. Pasamos de George Bush padre, que fue miembro de la generación
G.I. que luchó en la II Guerra Mundial, a Bill Clinton, que nació
después de ese conflicto (boomer).
Es la primera vez que una generación entera ha sido dejada de lado en términos de liderazgo nacional.
Llama
la atención que los estadounidenses, en un momento de mayor crisis,
miren con mayor favor a un miembro de una generación que siempre creyó
en el compromiso y el consenso.
La generación silenciosa creció durante la crisis y llegó a la
mayoría de edad durante el Primer Giro, así que siempre han sido muy
reacios al riesgo. Les ha ido muy bien económicamente. Siempre juegan
conforme a las reglas.
No ayudaron a construir el sistema porque
aún eran niños, pero siempre han sido leales y nunca se cansaron de
servir al sistema.
Siempre han sido buenos ciudadanos, a diferencia de los boomers que llegaron a la mayoría de edad destrozando el sistema.
Llama
la atención que la otra alternativa en el Partido Demócrata era Bernie
Sanders, un miembro de la generación silenciosa que era muy popular
entre los millennials.
Sanders estaba feliz con los millennials. Biden no es tan popular entre ellos, particularmente entre los millennials blancos.
Él
no era el candidato favorito de nadie, quizá con la excepción de los
afroestadounidenses mayores que tienden a estar un poco más a la
izquierda en política económica y en asuntos relacionados con los
derechos civiles y la justicia social, pero que también son muy
conservadores culturalmente.
Es cierto que Biden goza de un apoyo
tibio, pero es muy interesante que los demócratas tomaron una decisión
muy consciente de apoyar unánimemente a este candidato que quizá no era
su primera opción. Pero dijeron: "Vamos a movernos juntos, vamos a
cambiar Estados Unidos, vamos a reemplazar a Donald Trump".
Si encuestas a los millennials en
el Partido Demócrata, te dirán que Biden no era su primera opción para
muchos de ellos pero casi todos votarán por él. Aquí también hay un
enorme contraste partidista.
Creo que en las elecciones de 2020 ellos van a romper todos los
récords de participación de adultos jóvenes y estimo que increíblemente
dos tercios de los menores de 30 años de edad votarán por los
demócratas.
En todo caso, aún deberíamos esperar un choque entre los millennials y los baby boomers…
Los millennialssienten que quieren un gran cambio del liderazgo de los boomers en las instituciones públicas. Creo que hay un sentimiento generalizado, también en la generación X, de que los boomers no son muy competentes como líderes cívicos.
Sin embargo, en la vida personal y familiar nunca hemos visto una generación tan cercana a sus hijos adultos jóvenes.
Los millennials y los boomers
están extremadamente unidos en sus vidas familiares. Viven juntos mucho
más que otras generaciones y no es solo por necesidad económica.
Los boomers siempre fueron muy protectores y afectuosos con sus hijos millennials, que siempre piden consejo a sus padres.
Sus
críticos argumentan que usted y Strauss redujeron la historia
estadounidense a una fórmula matemática y también que su teoría no pudo
explicar eventos importantes como el 11 de septiembre. ¿Qué dice al
respecto?
Si le preguntas a muchos historiadores
académicos, dirán que la historia es una tendencia lineal continua de
declive o caída, lo que creo que es poco creíble, o completamente
aleatorio o caótica, en cuyo caso es irrelevante.
Yo no trato de predecir cada evento. Intento predecir movimientos básicos en los que se hace más probable que sucedan cosas.
En la década de 1990, uno de los grandes competidores a nuestra
visión sobre el futuro era Francis Fukuyama con "El fin de la historia".
Según él, los estados-nación se desvanecerían y viviríamos
indefinidamente en una especie de capitalismo de mercado con individuos
que solo competirían entre sí a través de las fronteras. Y ese era el
final de la historia.
Diría que si ese es el estándar con el que nos comparan, creo que hicimos un mejor pronóstico.
Usted acuñó el término millennial cuando los primeros miembros de esa generación eran niños pequeños. ¿Cuál grande es la brecha entre lo que esperaba de ellos y cómo ellos son en realidad?
Cuando
miras hacia atrás a cómo la gente pensaba sobre los jóvenes a finales
de los 80 y principios de los 90, creo que predijimos correctamente
algunos cambios enormes que para todos parecían completamente imposibles
o improbables.
Cuando comenzó la década de 1990, la generación X ni siquiera tenía un nombre.
Doug
Coupland finalmente les dio un nombre en 1992-93 y finalmente nos
acostumbramos a la generación X y todos pensaron que había una tendencia
en la juventud hacia el nihilismo, el cinismo y al aumento de la
violencia.
Nosotros vimos un aumento continuo en la tasa de criminalidad. En realidad, alcanzó su punto máximo en 1984-85.
Vimos
muchachos cada vez más distanciados de su familia, en una especie de
cultura desesperada y completamente apáticos en términos cívicos. Ya
sabes que el lema de la Generación X es "funciona para mí".
También vimos chicos que estaban desprotegidos desde una edad temprana, que se criaban solos.
Esa es la historia de vida de la Generación X. Ellos crecieron
durante la revolución del divorcio y no le importaban a nadie. Todo el
mundo los pateó hasta la calle y allí se vieron obligados a navegar por
la vida por sí mismos.
Así, resultaron ferozmente independientes,
individualistas, algo cínicos, un poco salvajes y poco socializados.
Esa era la imagen de un adulto joven a principios de la década de 1990.
Entonces,
salimos con un libro que representa con precisión a la generación X,
pero dijimos que venía una nueva generación y que históricamente ya
antes habíamos visto este cambio.
Después de cada "despertar"
viene este pánico moral sobre los niños. Y luego, de repente, la próxima
generación es mucho más protectora.
Cuando llegamos al año 2000 y los millennials comienzan
a alcanzar la mayoría de edad, predijimos que cambiarían completamente
la imagen de los jóvenes: estarían mucho más cerca de sus padres, serían
mucho más reacios al riesgo.
Dijimos que la tasa de criminalidad
bajaría, que estarían más interesados en educarse y en obtener títulos y
que estarían más orientados hacia la comunidad. En última instancia, se
involucrarían mucho más en la política. Serían más optimistas sobre el
futuro. Y se considerarían especiales.
Se demostró que teníamos razón. Y puedo decir que a principios de los 90 todos pensaron que lo que predijimos sobre los millennialsparecía increíble.
La
tasa de delitos violentos en Estados Unidos ha bajado 75% desde a
principios y mediados de los años noventa. Eso se debe principalmente a
los millennials. Creo que acertamos con esa generación.
Una
cosa que predijimos que tardó mucho en cumplirse fue lo de su
participación en política. Incluso hasta hace poco la gente se quejaba
porque "los millennialsno votan".
Bueno, ahora lo hacen, así que creo que incluso esa predicción está comenzando a cumplirse.
Creo que los millennialsvan
a cambiar la cara de nuestra vida cívica. Históricamente, durante un
"despertar" vemos que la sociedad cambia el mundo interno de valores y
la cultura.
Pero durante una crisis cambiamos el mundo exterior de la economía, la infraestructura y la política. Creo que ahí es donde los millennialsserán mucho más decisivos.
Usted ha dicho que cada edad de oro comienza con una gran crisis. Así que ahora supongo que podríamos ser optimistas…
Las
edades doradas casi siempre se refieren a una época después de una
crisis que se resolvió con éxito e integró a la sociedad en un nuevo
tipo dinámico de comunidad.
Eso generalmente le permite a la
sociedad lanzar esta era dorada que a menudo las sociedades recuerdan
como el momento en el que todos esperaban progresar y tener un futuro
mejor.
Eso, ciertamente, no es algo que caracterice a Estados Unidos hoy.
El inicio de la balcanización continental argentina
Sebastián Salgado - En el año 2003, Néstor Kirchner visitó la Casa Blanca a los pocos
meses de asumir su mandato. El presidente George Bush, suspendió unas
vacaciones planificadas para darle prioridad a su visita y ofrecerle
respaldo político a cambio de señales claras de alineamiento.
Los pasos dentro del Salón Oval, acompañado de su entonces Jefe de
Gabinete Alberto Fernández, y otros funcionarios lo llevaron directo al
apretón de manos con el pequeño magnate texano. El hombre que se había
fortalecido políticamente del atentado a las torres gemelas y en ese año
estaba aniquilando a un millón de iraquíes, ante la mirada lúdica de
occidente, tenía un mensaje para el presidente patagónico.
Dos años antes, medios corporativos y de Estados beligerantes como la
BBC, anunciaron que dos aviones de pasajeros derribaban tres torres en
el World Trade Center de New York y un tercero golpeó el edificio más
protegido del mundo, (que es el Pentágono), para luego evaporarse hasta
la última tuerca. En contradicción con las leyes de la física y del
Colegio de Ingenieros de Nueva York entre otros grupos de
investigadores, se culpó del hecho a células terroristas de Oriente
Medio, como Al Qaeda. Desde septiembre del 2001, aceptamos mansamente
rigurosos controles en el los aeropuertos, con scaners que nos ven hasta
las tripas, todo en pos de “nuestra propia seguridad”.
Kirchner compartió con Bush, el hecho de que ambos países habían sido
víctimas de atentados, como una manera de acercar posiciones. Después
de recorrer jardines y rosedales, llegó la hora de abrir los regalos. El
hombre del sur recibió el libro “Principios de la Economía Política” de
Thomas Malthus, en una edición de 1836, dos años después de la muerte
del autor. El mensaje fue claro. Malthus, un religioso inglés,
relacionado en los círculos de poder a escala planetaria, con su “Ensayo
sobre el Principio Población”, sostiene que las catástrofes como las
guerras y las pestes permiten equilibrar la densidad demográfica. Invita
a aceptar pasivamente estos desastres, como una especie de control
natural, para que la multiplicación de humanos basada en el deseo
animal, no sobrepase sus capacidades productivas de alimento. Así como
en las guerras mueren los soldados y no los Generales, en tiempos de
pestes mueren los pobres y los viejos, que solo comen y no producen, tal
como lo describió Rockefeller en pleno siglo XX. De ésta manera, una
pandemia humana revitaliza de salud al sistema capitalista, como una
vacuna en las entrañas de la Reserva Federal.
Nunca sabremos cual habrá sido la interpretación de Kirchner sobre el
obsequio literario. Poniéndonos por un minuto en los zapatos del
mandatario patagónico, donde la cantidad de habitantes por kilómetro
cuadrado es uno de los más bajos del mundo, la Cumbre de Mar del Plata
dos años después con el famoso “¡ALCA al carajo!” de Hugo Chávez, podría
ser interpretada como la respuesta a Bush. Lo cierto es que los grupos
de poder que promueven el control social de la natalidad, son reales y
trascienden el alcance de los gobiernos democráticos.
En una cena con embajadores de la ONU en el año 2013 David
Rockefeller afirmó: “Estamos al borde de una transformación global. Todo
lo que necesitamos es una gran crisis y las naciones aceptarán el Nuevo
Orden Mundial”. El hombre se sentía como en casa ya que los terrenos
donde hoy están instaladas las Naciones Unidas, son donación de su
familia.
Piedra, papel o grafitti
Las Georgia Guide Stones, son esculturas de granito, que desde el año
1979, un anónimo bajo las iniciales R.C Christian, dejó en el Condado
de Elbert en los Estados Unidos. Las piedras de casi seis metros de
alto, alineadas según criterios astronómicos, tienen una serie de guías
en escrituras antiguas, como el babilónico y el griego antiguo, pero
también el inglés, español, suaheli, hindú, hebreo, árabe, chino y ruso.
Algunas de las frases son:
» Mantener la humanidad a menos de 500.000.000 (quinientos millones) «.
» Guiar sabiamente la reproducción «.
» No ser un cáncer en la Tierra «.
» Dejarle espacio a la Naturaleza «.
Si de mensajes subliminales se trata, este pesa varias toneladas.
Pero el tallado en piedra tampoco es eterno. En 2008, un grafitti tapó
parte de las leyendas esculpidas, con el mensaje “Death to the new world
order” (Muerte al Nuevo Orden Mundial). Para algunos un simple acto de
vandalismo, para otros, es la resistencia a los poderes ocultos de
nuestra civilización.
La población mundial actual, supera los 7.500.000.000 (siete mil
quinientos millones) de habitantes. Personalidades poderosas, como
Gates, Rockefeller, Soros, Rothschild, Bronfmans, Obama o Bush, profetas
de las pandemias y seguidores de las teorías de Malthus, lo consideran
un excedente.
Los videos de inocentes ciervitos y peces, regresando a las ciudades
de todo el mundo, multiplicados al infinito por cibernautas encerrados
en sus habitaciones, esperando el permiso para caminar hasta la esquina,
autentifican la última frase en las rocas. Como un kamikaze japonés que
da la vida por su patria, reivindican el espacio que los humanos le
regresan a “la naturaleza”.
Pero el Poder real de quienes promueven el control de la población
mundial, parece no estar representado en Jefes de Estado. En el año 2001
la Presidenta de las Madres de Plaza de Mayo lo tenía claro. En el
Marco del Foro Económico Mundial de Davos, Hebe de Bonafini le gritó a
George Soros: “¡Señores Ustedes son nuestros enemigos, son hipócritas en
sus respuestas, contesten! ¿Cuántos niños matan por día, con sus
planes? …son como monstruos que se comen todo, que tienen cabeza y
barriga pero no corazón… ¡Señor Soros, con esa cara de hipócrita,
sonriente ante la muerte de millones de niños por hambre… míreme a la
cara si se anima!”.
¿Quién es George Soros?
Su nombre real es Gyorgy Schwartz y nació en Hungría en 1930. La
revista Forbes lo considera entre los 50 hombres más ricos del mundo. Es
un mega especulador financiero, o fondo buitre disfrazado de paloma
mensajera. En 1992 su fondo de riesgos Quantum Found, ganó unos 7 mil
millones de dólares, apostando contra la banca británica, poniendo de
rodillas a la libra, que se resistía a ser parte de la Unión Europea.
Su padre, colaborador de los nazis, padeció a los soviéticos después.
Pertenecía a los grupos promotores del esperanto como lengua mundial y
aprovecharon un Congreso en Austria para escapar de Hungría. Cursó
estudios en Inglaterra donde fue discípulo de Karl Popper, quién para
ese momento ya había publicado “Las Sociedades Abiertas y sus Enemigos”,
como una crítica al historicismo que justificaba de alguna manera los
gobiernos totalitarios. El trabajo de Popper, publicado en 1945, inicia
de la siguiente manera:
«Si queremos que nuestra civilización sobreviva, debemos romper con el
hábito de reverenciar a los grandes hombres. Los grandes hombres pueden
cometer grandes errores, y como el libro trata de mostrar, algunos de
los más grandes líderes del pasado apoyaron el ataque perenne a la
libertad y razón».
Bajo esas premisas, Soros funda una de las organizaciones no
gubernamentales (ONG) más grandes del mundo, la Open Society Foundation
con ramificaciones en todo el mundo. A través de esta organización, el
magnate fomenta sociedades carentes de valores nacionales, de
tradiciones e identidad, desarraigadas de su historia y religión,
financiando a políticos, líderes sociales y comunicadores de diferentes
tendencias ideológicas, para posicionarlos y respaldarlos en los lugares
más encumbrados de las estructuras democráticas.
Una estrategia sutil y elegante, como un baile de máscaras veneciano
que se mueve al son de Vivaldi, donde nadie sabe quién es el otro, pero
todos saben a quién rendirle pleitesía. Todo puede ponerse en discusión,
para que no se discuta el sistema que catapulta a las mega
corporaciones, a controlar las entrañas del poder, con una fachada de
participación ciudadana. Es la implantación progresiva de un Gobierno
Global. Lo que algunos llaman el Nuevo Orden Mundial y George Soros es
junto a Bill Gates uno de sus máximos exponentes. Carnaval de disfraces,
donde el traje de filántropo es el más cotizado.
Uno de los puntos donde estos dos magnates y todo el Club de
Bilderberg están de acuerdo, es en que no consideran necesario compartir
el planeta con tantos humanos. Para cumplir esta premisa, que tiene a
las teorías de Malthus como manual de estilo, existen dos grandes
estrategias, una vez que las guerras tradicionales no alcanzan los
objetivos deseados, para mantener el control poblacional.
Por un lado, la estrategia química farmacéutica que tiene en el
creador de Microsoft a su as de espadas. La implantación de métodos
anticonceptivos ocultos en los alimentos transgénicos, (En Argentina
introducidos por el entonces Ministro de Agricultura de Carlos Menem,
Felipe Solá, hoy Canciller), la no cura a nivel masivo de enfermedades
como el Cáncer y las pandemias de laboratorio con su consiguiente
sistema de vacunas, que dejan a los gobiernos a merced de los
laboratorios, poniendo en ellos la esperanza de la supervivencia.
La estrategia de Soros, acompaña ese objetivo de bajar la densidad de
población, desde las prácticas culturales. La promoción del matrimonio
igualitario y el aborto legal, más allá de juicios de valor y respeto de
derechos individuales, contribuirá claramente a disminuir la tasa de
natalidad.
El Presidente de la Federación Rusa Vladimir Putin, además de haber
expulsado a la Open Society en 2003, ofrece desde el 1 de enero de 2020
9.300 dólares a los padres de cada bebé nacido, como una ayuda para
incentivar los nacimientos. Visiones contrapuestas entre Estado fuerte o
Corporaciones fuertes. En esta perspectiva es entendible que justamente
el otro gran enemigo de Soros, sea Donald Trump.
El Nuevo Orden Mundial, busca que las libertades individuales estén
por encima de los proyectos de cualquier nación. Una sociedad que rompe
con las ataduras religiosas, encuentra en las libertades sexuales, la
expresión de luchas que en realidad ya eran practicas inherentes a la
humanidad, pero reprimidas por sistemas culturales y religiosos. El
reconocimiento de la homosexualidad, el rompimiento del concepto
monógamo de familia, la desnudez, la legalización de las drogas, etc.,
se ponen por delante de cualquier otra lucha social, generando además la
solidaridad internacional, de lo que puede interpretarse como causas
justas. En relación al uso legal del cannabis, por ejemplo, sólo existen
determinadas clases de semillas transgénicas patentadas, que son las
que países como Uruguay, aprobaron bajo la presión de Soros, para el
consumo masivo. Una estrategia tan antigua, como la Guerra del opio, que
Inglaterra le implantó a china en el siglo XIX. Soros apoya también las
corrientes migratorias, más allá de las regulaciones de los países. Por
eso se lo relaciona con las migraciones de Oriente Medio hacia Europa y
de centro americanos hacia Estados Unidos.
El aumento exponencial de los servicios de fertilización asistida, con
la consiguiente elección étnica en el ADN de los embriones, podrá ser
pagado por algunos sectores, generando una gran industria de la
fecundidad, solo para privilegiados.
Open Society Foundations en Argentina
A fines del 2018 el periodista Nicolás Moras, filtró una lista
parcial (más de 30 nombres fueron bloqueados) de personalidades del
ámbito político y de los medios de comunicación, confiables en Argentina
para la Open Society, todos ellos de diferentes tendencias ideológicas.
A continuación, una traducción abreviada del informe:
» Con sus cargos durante la presidencia de Macri en el Gobierno Federal:
– Adolfo Rubinstein. Ministro de Salud. Epidemiologista. – Sergio Bergman. Ministro de Medio Ambiente. Fuertes vínculos con Israel. – Patricia Bullrich. Ministra de Seguridad. Fuertes vínculos con Estados Unidos e Israel. – Francisco Cabrera. Ministro de Producción. Líder de la Fundación Pensar. – Pablo Avelluto. Ministro de Seguridad. Ex ejecutivo de Pinguin Random House. – Gustavo Lopetegui. Segundo en la Jefatura de Gabinete. Fuertes conexiones con misiones diplomáticas estadounidenses. – Claudio Avruj. Secretario de Derechos Humanos. Fuerte compromiso con Open Society. Ex Presidente de DAIA. – Hernán Lombardi. Director de la TV Pública. Dominio vigoroso de los medios públicos. – Fernando de Andreis. Secretario de la Presidencia. Hombre cercano al Presidente. – Claudio Presman. Interventor del INADI. Fuerte compromiso con los valores de Open Society. – Fabiana Tuñez. Presidenta del Instituto de la Mujer. Activista Feminista. – Silvana Giudici. Presidenta ENACOM. Miembro prominente del Partido Radical. – Laura Alonso. Jefa de la oficina Anti corrupción. Mujer cercana al Presidente. – Ivan Petrella. Director del Plan Argentina 2030. Fuerte conexiones con Estados Unidos. – Pedro Robledo. Secretario para la juventud. Activista LGBT.
En el Congreso Senadores
– Silvia Alejandra Martínez. (Cambiemos) Presidenta de la comisión de Familia, mujer e infancia. – Silvana Lospennato. (Cambiemos) Fuerte actividad legislativa de Género y anti discriminación. – Daniel Lipovetzky. (Cambiemos) Fuerte actividad legislativa anti discriminación. – Fernando Iglesias. (Cambiemos) Fuerte actividad legislativa en control Institucional. – Brenda Austin. (Cambiemos) Vice Presidenta de la comisión de ciencia y tecnología. – Daniel Filmus. (FPV) Presidente de la comisión de Cultura. – María Cristina Álvarez Rodríguez. (FPV). – Gabriela Cerruti. (FPV) Fuerte presencia en medios.
– Leopoldo Moreau. (FPV) presidente de la comisión de libertad de expresión. – Victoria Donda. (Libres del Sur) Fuerte actividad legislativa en defensa de minorías. – Romina del Plá. (Frente de Izquierda) Comunista. – Martín Lousteau. (Evolución) Ex embajador en Estados Unidos. – Carla Carrizo. (Evolución) Vice Presidenta de la comisión por los derechos de las niñas y las adolescentes. – Cecilia Moreau. (Nueva Argentina) Vice Presidenta de la comisión de Mujer, familia e infancia. – Miguel Ángel Pichetto. (PJ) Líder de la oposición en el Senado. – Humberto Schaivoni. (Cambiemos) Presidente del PRO. – Luis Petcoff Naidenoff. (Cambiemos) Lider del oficialismo en el Senado. – María Magdalena Odarda. (Progresista).
En el Parlasur
– Jorge Taiana. (FPV) Ex Canciller de Néstor Kirchner.
Líderes Políticos en 2018 Fuera del Parlamento
– Sergio Massa. (Frente Renovador) Fuertes conexiones con el Departamento de Estado de Estados Unidos. Posible Presidente 2019. – Myriam Bregman. (Frente de Izquirda) Activista por derechos humanos. – Margarita Stolbizer. (GEN) Ex Senadora.
Lideres de Medios de Comunicación
– Jorge Fontevecchia. (Grupo Perfil) Fuertes vínculos con Estados Unidos y Organizaciones de prensa. – Daniel Hadad. (Dueño de Infobae) Fuerte vínculos con las embajadas de Estados Unidos e Israel. – Horacio Verbitsky. (CELS) Fuerte compromiso con los valores de Open Society. – Ariel Cohen Sabban. (Presidente DAIA) Fuerte vínculos con misiones diplomáticas israelíes «.
Fuera de esta lista, uno de los vínculos más fuertes de Soros en
Argentina, es el empresario Eduardo Sergio Elsztain. Según una nota
publicada en 2005 por el Diario La Nación es “El dueño de la Tierra”,
quién desde 1989 consiguió el financiamiento de 10 millones de dólares
por parte del magnate húngaro. Según el medio argentino “Elsztain“ llegó
a encontrarse cara a cara con Soros gracias a los contactos que fue
desarrollando dentro la colectividad judía en Buenos Aires, que fueron
los que le abrieron las puertas del poderoso empresario.”
Elsztain y su socio Marcelo Mindlin, formaron uno de los
conglomerados comerciales más grandes de Sudamérica. A través de la
firma IRSA, son propietarios de todos los centros comerciales de Buenos
Aires. El Banco Hipotecario, las empresas agropecuarias CRESUD y
BrasilAgro, también están bajo su cartera, al igual que grandes
latifundios en diferentes partes de la República Argentina. Sus negocios
llegan hasta Israel, donde conduce la empresa IDBH Holding, que a su
vez comercializa la venta de misiles y otros armamentos que funcionan
actualmente en las Islas Malvinas, a través de la empresa Rafael Defense
System.
Separatismo y Nuevo Orden Mundial
La sombra de Soros se expande por el territorio argentino, a la
velocidad del contagio. El monstruo es tan grande que nadie se atreve a
mirarlo a los ojos. Un virus de laboratorio asola el planeta y la
sociedad acepta mansamente el aislamiento social, como los controles
aeroportuarios después del 2001. El efecto es el mismo, causar terror.
Cualquier cosas se justifica, con tal de mantener la vida. Los números
de la supuesta pandemia, no se condicen con la cantidad de muertos que
acumulan las estadísticas. El fallecimiento de personas de más de 80
años, pasó a ser un “breaking News” en los canales de Buenos Aires y los
comunicadores progresistas amigos de la Open Society empiezan a
pronunciar las palabras mágicas “Nuevo Orden Mundial”, como un
renacimiento esperado para la “aldea global” según palabras del
Presidente Alberto Fernández.
Pero el exterminio de las identidades nacionales, necesita también de
su territorio. Así como Soros financió a los movimientos separatistas
catalanes, tiene la mira puesta en la Provincia de Neuquén. El
yacimiento hidrocarburífero no convencional más grande del mundo, Vaca
Muerta, actualmente congelado por el precio internacional del barril,
son las “joyas de la abuela”, para los argentinos. No es casual que esa
provincia patagónica, esté desde hace décadas Gobernada por el
“Movimiento Popular Neuquino”. Un partido político local, que busca la
independencia del Gobierno Federal e incluso tiene contratos directos
con empresas trasnacionales. En el imaginario neuquino, la separación
del resto del territorio es una realidad.
En el reciente anuncio del Gobierno argentino, sobre la imposibilidad
de afrontar los pagos de deuda, el Gobierno de Fernández parece no
recordar que todos los créditos requieren de garantía y la garantía
argentina justamente es Vaca Muerta.
En el año 2017, El entonces Presidente Mauricio Macri facultó al
Ministerio de Finanzas a tomar deuda por hasta 20.000 millones de
dólares y definió la prórroga de jurisdicción a favor de tribunales en
Nueva York o Londres. A través del decreto 29/2017, puso los recursos
naturales del país como garantía para el pago, lo cual le valió una
denuncia penal por traición a la patria.
Dos años antes, la Presidente Cristina Fernández realizó una cadena
nacional, luego de la muerte del Fiscal Alberto Nisman y realizó una
mención del “hilo de Ariadna”, aduciendo que si tiraban de ese hilo
imaginario, los podría llevar a la verdad del atentado a la AMIA, que
dejó 85 muertos en 1994.
Según el mito griego, Ariadna (hija de Minos) enamorada de Teseo,
decidió ayudarlo a matar al Minotauro, monstruo con cabeza de toro que
habitaba el laberinto de Creta y que cada nueve años devoraba a los
siete jóvenes y siete doncellas atenienses que le eran enviados como
ofrenda. Es así que Ariadna le entregó a Teseo un ovillo de hilo mágico y
una espada que le permitieron vencer al monstruo y hallar el camino de
regreso, es decir, salir del laberinto y salvar a su ciudad del terrible
tributo al que estaba sometida.
Si tiramos del hilo en Neuquén, entraremos en el laberinto de la Open
Society, donde habita ese monstruo que debemos alimentar para
mantenernos con vida. ¿Cuántos jóvenes y doncellas seguiremos entregando
en el altar de Malthus o que estaremos dispuestos a hacer para
enfrentarlo con la espada? Esa es la pregunta.
Andrés Malamud - En la década de 1990, la democracia pareció convertirse en el único
régimen político posible. Tres décadas más tarde, la encontramos
asediada por los populismos desde adentro y por las autocracias desde
afuera. ¿Podrá sobrevivir a las amenazas que hoy encarnan Donald Trump
por un lado y el régimen chino por el otro? Posiblemente sí, pero deberá
reformarse. Eso no es novedad: la democracia siempre ha sido el más
adaptable de los regímenes conocidos. La incógnita reside en las formas
que adoptará y en los procesos que las moldearán.
¿Se está muriendo la democracia?
La respuesta corta es «no». La larga, para quien esté ávido de detalles,
es «claro que no». Y, sin embargo, proliferan conceptos como «recesión
democrática», «erosión democrática», «reversión democrática» o «muerte
lenta de lademocracia». Irónicamente, esto sucede 30 años
después de que los seguidores de Francis Fukuyama declararan la victoria
eterna de la democracia. Es evidente que no era para tanto. Pero ni la
democracia era eterna entonces ni se está terminando ahora. En ausencia
de blancos y negros, la actualidad combina gotas de color entre matices
de gris. Después de todo, la democracia es el menos épico de los
regímenes políticos. Quizás por eso, agregaría Winston Churchill, es el
menos malo.Recientemente, los politólogos europeos Anna Lührmann y
Staffan Lindberg publicaron un artículo sobre la «tercera ola de
autocratización»1.
Su argumento es que a cada ola de democratización (ya hubo tres) la
sucede una contraola en la que la democracia retrocede. Sin embargo, a
partir de una enorme base de datos, concluyen que no debe cundir el
pánico: la actual declinación democrática es más suave que la contraola
anterior, y el total de países democráticos sigue cercano a su máximo
histórico. No obstante, los fatalistas abundan. Algunos ven golpes de
Estado en todos los rincones. Otros sostienen que los golpes pasaron de
moda pero las democracias se siguen desmoronando, ahora por la acción
erosiva de quienes las atacan desde adentro. Ambos argumentos merecen
consideración.
El problema clásico: los golpes de Estado
La
imagen típica de la quiebra democrática es un general deponiendo, y
sustituyendo, a un presidente elegido democráticamente. Esa sustitución
implicaba un cambio de gobierno pero, sobre todo, un cambio de régimen.
El adjetivo habitual era «militar»: un golpe militar daba lugar a un
régimen militar. Pero habitualmente era un sobreentendido que no hacía
falta reforzar: ¿de qué otro tipo podía ser un golpe? Esto cambió. Hoy
abundan todo tipo de calificativos: golpe blando, suave, parlamentario,
judicial, electoral, de mercado, en cámara lenta, de la sociedad civil…
Esta profusión no debe ser naturalizada. Corresponde preguntarse por qué
llegamos del concepto clásico de golpe a esta panoplia de subtipos
disminuidos.
Con el politólogo noruego Leiv Marsteintredet
realizamos un estudio que titulamos, parafraseando un texto clásico de
David Collier y Steven Levitsky, «Golpes con adjetivos». En él
observamos que, aunque los golpes de Estado son cada vez más
infrecuentes, el concepto es cada vez más utilizado. ¿A qué se debe este
desfase entre lo que observamos y lo que nombramos? Logramos
identificar tres causas. La primera es que, aunque los golpes son cada
vez más inusuales, la inestabilidad política no lo es: en América
Latina, varios presidentes vieron su mandato interrumpido en los últimos
30 años. Autores como Aníbal Pérez Liñán demostraron que las causas son
distintas, y las consecuencias también: ahora, aunque los presidentes
caigan, la democracia se mantiene2.
Sin embargo, la inercia lleva a usar la misma palabra que utilizábamos
antes, como si Augusto Pinochet y Michel Temer encarnaran el mismo
fenómeno. La segunda causa es lo que en psicología se llama «cambio
conceptual inducido por la prevalencia», un fenómeno que consiste en
expandir la cobertura de un concepto cuando su ocurrencia se torna menos
frecuente. Una forma más intuitiva de denominar este fenómeno es
inercia. La tercera causa es la instrumentación política: a quienes
sufren la inestabilidad les sirve presentarse como víctimas de un golpe y
no de su propia incompetencia o de un procedimiento constitucional como
el juicio político. El contraste entre los «golpes» actuales y los
golpes clásicos es tan evidente que hacen falta adjetivos para
disimularlo.
Un golpe clásico significaba la interrupción
inconstitucional de un gobierno por parte de otro agente del Estado. Los
tres elementos constitutivos eran el blanco (el jefe de Estado o
gobierno), el perpetrador (otro agente estatal, generalmente las Fuerzas
Armadas) y el procedimiento (secreto, rápido y, sobre todo, ilegal). En
la actualidad, aunque las interrupciones de mandato siguen ocurriendo,
es cada vez más infrecuente que contengan los tres elementos. En
ausencia de uno de ellos, se multiplicaron los calificadores que,
buscando justificar el uso de la palabra «golpe», dejan en evidencia que
no lo es tanto.
Con Marsteintredet argumentamos que la proliferación de adjetivos confunde cuatro fenómenos diferentes3,
que se expresan en el gráfico. De la combinación de los tres elementos
constitutivos clásicos, emergen las siguientes posibilidades:
a) Si el perpetrador es un agente estatal, el blanco es el jefe de Estado y su destitución es ilegal, estamos frente a un golpe de Estado clásico.
Los ejemplos típicos incluyen la sustitución de Salvador Allende por
Augusto Pinochet en Chile en 1973 y la de Isabel Martínez de Perón por
Jorge Rafael Videla en Argentina en 1976.
b) Si el jefe de Estado es destituido ilegalmente pero el perpetrador no es un agente estatal, el acto sería una revolución.
Sin embargo, los que prefieren estirar a entender usan «golpe de la
sociedad civil», «golpe electoral» o el más ubicuo «golpe de mercado»,
que en el gráfico se designan como «golpes con adjetivos del tipo 1». El
golpe de mercado es citado, por ejemplo, como causa de la renuncia de
Raúl Alfonsín en 1989, en Argentina, mientras que Nicolás Maduro
denunció un «golpe electoral» cuando perdió las elecciones legislativas
en 2015.
c) Si el perpetrador es un agente estatal y la
destitución es ilegal, pero el blanco no es el jefe de Estado,
presenciamos lo que se llama autogolpe. Esta palabra es
engañosa, porque se refiere a un golpe que no es dirigido contra uno
mismo, sino contra otro órgano de gobierno, como cuando el presidente
cierra el Congreso. Estos casos incluyen los llamados «golpes
judiciales» y el «golpe en cámara lenta», que nosotros denominamos
«golpes con adjetivos del tipo 2». El autogolpe arquetípico es el de
Alberto Fujimori en 1992, en Perú, pero golpe judicial se aplica a casos
como el de Venezuela cuando, en 2017, el Poder Judicial resolvió
retirarle las atribuciones legislativas a la Asamblea Nacional. Al golpe
en cámara lenta me referiré en la siguiente sección.
d) Si el
perpetrador es un agente estatal y el blanco es el jefe de Estado pero
el procedimiento de destitución es legal, se trata de un juicio político
o, como le dicen en Estados Unidos y Brasil, impeachment. La
controversia emerge porque, aunque el Poder Judicial ratifique el
procedimiento, la víctima puede alegar parcialidad y cuestionar su
legitimidad. Aquí surgen el llamado «golpe blando», el «golpe
parlamentario» y el aún más paradójico «golpe constitucional». Nosotros
los llamamos «golpes con adjetivos del tipo 3». Las destituciones de
Fernando Collor de Mello en 1992 y de Dilma Rousseff en 2016 en Brasil
han sido denunciadas por sus víctimas como golpes blandos o golpes
parlamentarios, dado que no hubo utilización de fuerza militar y ambos
procesos se canalizaron por el Congreso con la anuencia del Poder
Judicial.
Los golpes con adjetivos se distinguen por la ausencia
de uno de los tres componentes clásicos del golpe de Estado. El debate
sobre si tal destitución fue golpe o no sigue encendiendo pasiones y,
sin embargo, es cada vez menos relevante. Porque, últimamente, las
democracias no quiebran cuando cae un gobierno elegido, sino cuando se
mantiene.
El problema actual: la muerte lenta
Hasta
la década de 1980, las democracias morían de golpe. Literalmente. Hoy
no: ahora lo hacen de a poco, lentamente. Se desangran entre la
indignación del electorado y la acción corrosiva de los demagogos.
Mirando más atrás en la historia, los politólogos estadounidenses Steven
Levitsky y Gabriel Ziblatt advierten que lo que vemos en nuestros días
no es la primera vez que ocurre: antes de morir de pronto, las
democracias también morían desde adentro, de a poquito4. Los espectros de Benito Mussolini y Adolf Hitler recorren su libro de 2018, Cómo mueren las democracias,
como ejemplo de que la democracia está siempre en construcción y las
elecciones que la edifican también pueden demolerla. Esta obra es un
llamado a la vigilancia para mantener la libertad.
Aunque la
comparación de Hitler y Mussolini con Hugo Chávez es manifiestamente
exagerada, los autores subrayan la similitud de las rutas que los
llevaron al poder: siendo tres personajes poco conocidos que fueron
capaces de captar la atención pública, la clave de su ascenso reside en
que los políticos establecidos pasaron por alto las señales de
advertencia y les entregaron el poder (Hitler y Mussolini) o les
abrieron las puertas para alcanzarlo (Chávez). La abdicación de la
responsabilidad política por parte de los moderados es el umbral de la
victoria de los extremistas.
Un problema de la democracia es que, a
diferencia de las dictaduras, se concibe como permanente y, sin
embargo, al igual que las dictaduras, su supervivencia nunca está
garantizada. A la democracia hay que cultivarla cotidianamente. Como eso
exige negociación, compromiso y concesiones, los reveses son
inevitables y las victorias, siempre parciales. Pero esto, que cualquier
demócrata sabe por experiencia y acepta por formación, es frustrante
para los recién llegados. Y la impaciencia alimenta la intolerancia.
Ante los obstáculos, algunos demagogos relegan la negociación y optan
por capturar a los árbitros (jueces y organismos de control), comprar a
los opositores y cambiar las reglas del juego. Mientras puedan hacerlo
de manera paulatina y bajo una aparente legalidad, argumentan Levitsky y
Ziblatt, la deriva autoritaria no hace saltar las alarmas. Como la rana
a baño maría, la ciudadanía puede tardar demasiado en darse cuenta de
que la democracia está siendo desmantelada.
Los autores dejan tres
lecciones y a cada una de ellas se asocia un desafío. La primera es que
no son las instituciones, sino ciertas prácticas políticas, las que
sostienen la democracia. La distinción entre presidencialismo y
parlamentarismo, o entre sistemas electorales mayoritarios y
minoritarios, hace las delicias de los politólogos, pero no determina la
estabilidad ni la calidad del gobierno. El éxito de la democracia
depende de otras dos cosas: de la tolerancia hacia el otro y de la
contención institucional, es decir, de la decisión de hacer menos de lo
que la ley me permite. En efecto, las constituciones no obligan a tratar
a los rivales como contrincantes legítimos por el poder ni a moderarse
en el uso de las prerrogativas institucionales para garantizar un juego
limpio. Sin embargo, sin normas informales que vayan en ese sentido, el
sistema constitucional de controles y equilibrios no funciona como
previeron Montesquieu y los padres fundadores de eeuu,
ni como esperaríamos los que adaptamos ese modelo en otras latitudes.
El primer desafío, entonces, es comportarnos más civilmente de lo que la
ley exige.
La segunda lección es que las prácticas de la
tolerancia y la autocontención fructifican mejor en sociedades
homogéneas… o excluyentes. El éxito de la democracia estadounidense se
debió tanto a su Constitución y a sus partidos como a la esclavitud
primero y a la segregación después. El desafío del presente consiste en
practicar la tolerancia y la autocontención en una sociedad plural,
multirracial e incluso multicultural, donde el otro es a la vez muy
distinto de nosotros y parte del nosotros. Este reto interpela a todas
las democracias.La tercera lección es que el problema de la polarización
está en la dosis. Un poco de polarización es bueno, porque la
existencia de alternativas diferenciadas mejora la representación; pero
un exceso es perjudicial, porque dificulta los acuerdos y, en
consecuencia, empeora las políticas. El desafío de los demócratas no
consiste en eliminar la grieta sino en dosificarla. Levitsky y Ziblatt
lo dicen así:
La polarización puede despedazar las normas
democráticas. Cuando las diferencias socioeconómicas, raciales o
religiosas dan lugar a un partidismo extremo, en el que las sociedades
se clasifican por bandos políticos cuyas concepciones del mundo no solo
son diferentes, sino, además, mutuamente excluyentes, la tolerancia
resulta más difícil de sostener. Que exista cierta polarización es sano,
incluso necesario, para la democracia. Y, de hecho, la experiencia
histórica de las democracias en la Europa occidental nos demuestra que
las normas pueden mantenerse incluso aunque existan diferencias
ideológicas considerables entre partidos. Sin embargo, cuando la
división social es tan honda que los partidos se asimilan a concepciones
del mundo incompatibles, y sobre todo cuando sus componentes están tan
segregados socialmente que rara vez interactúan, las rivalidades
partidistas estables acaban por ceder paso a percepciones de amenaza
mutua. Y conforme la tolerancia mutua desaparece, los políticos se
sienten más tentados de abandonar la contención e intentar ganar a toda
costa. Eso puede alentar el auge de grupos antisistema que rechazan las
reglas democráticas de plano. Y cuando esto sucede, la democracia está
en juego.5
Levitsky y Ziblatt concluyen su análisis con una herejía: afirman que los padres fundadores de eeuu estaban
equivocados. Sin innovaciones como los partidos políticos y las normas
informales de convivencia, afirman, la Constitución que con tanto esmero
redactaron en Filadelfia no habría sobrevivido. Las instituciones
resultaron ser más que meros reglamentos formales: están envueltas por
una capa superior de entendimiento común de lo que se considera un
comportamiento aceptable. La genialidad de la primera generación de
dirigentes políticos estadounidenses «no radicó en crear instituciones
infalibles, sino en que, además de diseñar instituciones bien pensadas,
poco a poco y con dificultad implantaron un conjunto de creencias y
prácticas compartidas que contribuyeron al buen funcionamiento de dichas
instituciones»6.
Para muchos, la llegada al poder de Donald Trump señala el fin de esas
creencias y prácticas compartidas. La pregunta que aflora es si pueden
las instituciones sobrevivir sin ellas y por cuánto tiempo.
Los nuevos desafíos
Los
seres humanos estamos viviendo la mejor etapa de nuestra historia.
Nunca antes fuimos tantos ni tan saludables ni tan democráticos. Sin
embargo, en Occidente creemos otra cosa: presentimos que, por primera
vez en décadas, la próxima generación vivirá peor que la actual. Ambas
cosas son ciertas: aunque Occidente lideró el progreso global en los
últimos dos siglos, hoy son las sociedades no occidentales las que más
crecen. Al mismo tiempo, en Occidente aumenta la desigualdad. Ante la
acumulación de frustraciones y la deprivación relativa, es decir, la
percepción de que a los demás les va mejor que a nosotros, la ciudadanía
se rebela en las urnas y en las calles. Las democracias enfrentan
tiempos turbulentos que, sin embargo, no serán homogéneos. El impacto
será diferente entre la vieja Europa y los siempre renovados eeuu,
pero también entre ambos y América Latina, denominada por Alain Rouquié
«extremo Occidente». Junto con el argentino Guillermo O’Donnell, el
politólogo estadounidense Philippe Schmitter es uno de los padres de la
transitología –es decir, el estudio de las transiciones democráticas–7.
Su objeto de estudio es lo que él llama, parafraseando al «socialismo
realmente existente» con que se justificaban las limitaciones del
sistema soviético, las «democracias realmente existentes». Según
Schmitter, no hay nada nuevo en el hecho de que las democracias estén en
crisis. La distancia entre el ideal democrático y los regímenes
efectivos siempre exigió ajustes constantes, así que la capacidad
adaptativa, tanto como las crisis, es un elemento constitutivo de las
democracias reales. Para Schmitter, la gravedad de la crisis actual se
debe a que involucra un conjunto de desafíos simultáneos en vez de
consecutivos, que podían enfrentarse mediante reformas graduales. La
crisis económica coexiste con la de legitimidad, y los cambios en la
estructura económica se superponen con las transformaciones de la
comunicación de masas. Por si fuera poco, existen amenazas, pero no
alternativas a la democracia, como las que podía presentar la Unión
Soviética. La reputación del régimen depende de su desempeño. El
emperador democrático está desnudo y sus súbditos lo han notado. La
incertidumbre y la turbulencia quizás ya no sean trazos de época sino
una constante de la democracia que viene. El populismo es uno de sus
síntomas más ubicuos.
Antes de seguir, corresponde una aclaración:
el populismo es un fenómeno que se manifiesta en democracia. Regímenes
como el de Maduro en Venezuela o Daniel Ortega en Nicaragua ya no son
populistas, sino autoritarios. Una vez dicho esto, la exacerbación del
populismo, entendido como la concepción maniquea de un pueblo
victimizado por una oligarquía, puede corroer y, en casos extremos,
terminar con la democracia. En un artículo de 2018 titulado «¿Los pobres
votan por la redistribución, contra la inmigración o contra el
establishment?», Paul Marx y Gijs Schumacher publicaron los resultados
de un experimento realizado en Dinamarca8,
pero no es difícil percibir lo bien que viaja a otras regiones. En él
muestran que los electores de clase baja votan por razones diferentes a
los de clase media y alta. Sorprendentemente, la causa no es la
inmigración: sobre esa cuestión no hay discrepancias. Lo que distingue a
los pobres es su propensión a votar en contra de los partidos
establecidos y de los políticos de carrera aun en perjuicio de sus
propios intereses, por ejemplo, avalando propuestas de retracción de las
políticas sociales. Cuando se enojan, los pobres cometen una herejía
teórica y dejan de votar con el bolsillo. Los partidos democráticos
están en peligro si no entienden que la rabia puede más que el interés.
El
sociólogo italoargentino Gino Germani describía la fuente del populismo
como «incongruencia de estatus». En el caso del peronismo, o del
populismo latinoamericano en general, esto significaba que sectores que
habían ascendido económicamente no encontraban reconocimiento político y
social, y lo procuraban a través de un liderazgo que les prometía
romper el orden oligárquico. El populismo de los países desarrollados
invierte esta lógica: aquí la incongruencia se debe a que sectores
previamente dominantes se sienten amenazados por grupos sociales
ascendentes, sean minorías étnicas como en eeuu
o inmigrantes como en Europa. La declinación de estatus relativo anuda
los fenómenos de Trump, el Brexit, Matteo Salvini y Viktor Orbán.
Justamente,
los nuevos nacionalismos europeos ponen en cuestión no solo la
democracia sino también su mayor subproducto internacional: la
integración regional. Entendida como un proceso por el cual Estados
vecinos fusionan parcelas de soberanía para decidir en conjunto sobre
problemas comunes, la integración encontró en la Unión Europea a su
pionera y su caso más avanzado. El Brexit es solo una de las tres crisis
que enfrenta actualmente, siendo la de la inmigración y la del euro más
amenazadoras para su integridad.
En otras regiones, la amenaza a
la integración es menos grave: después de todo, no puede desintegrarse
lo que no se ha integrado. En América Latina, por ejemplo, la
integración regional es un discurso que no echó raíces. A pesar de
algunos avances en la coordinación de políticas y la circulación de
personas, las fronteras latinoamericanas siguen siendo caras y duras.
Las fronteras formales, eso sí. Porque donde la región ha avanzado mucho
es en la integración informal, aquella que no realizan los tratados
sino los bandidos. Las tres áreas en las cuales las sociedades
latinoamericanas más se han integrado son la corrupción, el contrabando y
el narcotráfico. En las tres, pero sobre todo en la primera, hay activa
intervención estatal; en las otras dos el Estado es responsable, pero
sobre todo, víctima. Es esperable que una cuarta dimensión de la
integración también sea informal, involucre mucho dinero y tenga alto
impacto político: se trata de la transnacionalización de las religiones
organizadas. Las religiones evangélicas, en particular, consolidarán sus
redes regionales beneficiadas por el acceso al poder en dos países
claves, Brasil y México. Si los Estados nacionales no fortalecen la
vigencia de la ley y la capacidad de implementarla en todo su
territorio, la integración latinoamericana será, cada vez más, un asunto
de predicadores y de delincuentes. Como sus democracias, diría un mal
pensado.
La realidad es menos escabrosa, aunque no
tranquilizadora. Hoy la democracia latinoamericana corre menos riesgo de
ruptura o captura mafiosa que de irrelevancia. El sentido común y la
investigación académica coinciden en una cosa: la economía es el
principal determinante de los resultados electorales. Así como la
recesión favorece a la oposición, el crecimiento económico favorece al
gobierno porque los electores lo responsabilizan por el desempeño. Esto
es cierto en los países centrales, donde el buen resultado de las
políticas públicas depende sobre todo de factores internos. Pero ¿qué
ocurre en los países periféricos, donde la economía depende de factores
externos? Los politólogos brasileños Daniela Campello y Cesar Zucco
demostraron que, en América del Sur (atención: no en toda América
Latina), la popularidad de un presidente y sus chances de reelección
dependen de dos variables que le son ajenas: el precio de los recursos
naturales y la tasa de interés internacional9.
El precio de los recursos naturales determina el valor de las
principales exportaciones de estos países y es fijado sobre todo por el
crecimiento de China. La tasa de interés determina la disponibilidad de
capitales para la inversión extranjera y es fijada sobre todo por el
Banco Central de eeuu (la famosa Fed).
Así, cuando los recursos naturales están caros y las tasas de interés
bajas, se reelige a los presidentes; cuando se invierte la relación, la
oposición triunfa. Esta dinámica tiene efectos negativos sobre la
democracia, porque buenos gobiernos pueden ser expulsados por culpa de
los malos tiempos, mientras que malos gobiernos se mantienen en el poder
gracias a vientos que no generaron. Probablemente, la salida para este
dilema de la democracia no sea mejor información política, sino más
desarrollo económico.
Esta discusión nos conduce a un caso
extremo, que combina colapso económico con ruptura democrática:
Venezuela. Los politólogos tradicionales asumimos erróneamente al Estado
como algo dado y estudiamos el poder en términos de régimen político.
Así, cuando vemos un régimen autoritario, esperamos que en algún momento
se derrumbe y dé inicio a una transición democrática. Y creyendo
hicimos creer. Ahora la mayoría de los venezolanos espera que el
gobierno de Maduro se termine, sea por golpe interno o por intervención
externa, y que la democracia reconstruya el país. Pero la democracia es
un mecanismo para elegir al chófer que maneja el auto del Estado, y en
Venezuela ese auto no tiene motor. La economía venezolana no produce el
80% de lo que consume, incluyendo alimentos y medicamentos; solo produce
petróleo –y cada vez menos–. Dado que eeuu,
su principal socio comercial, se tornó autosuficiente en gas y reduce a
ojos vista su dependencia del petróleo extranjero, su interés en la
reconstrucción venezolana es inferior a los costos que podría acarrear.
Así, de los dos países que tienen recursos suficientes para reconstruir
un país de este tamaño, solo China tendría interés en hacerlo, y no
gratis. En este contexto de ruina económica, autoritarismo político y
levantamiento popular, los escenarios que se abren para la República
Bolivariana son cinco. La comparación con casos semejantes ayuda a
graficarlos.
El primer escenario es una transición democrática
exitosa como la que atravesó Túnez, la cuna de la «primavera árabe». En
ese país lograron meter en un avión al presidente autocrático Ben Ali,
mandarlo al exilio en Arabia Saudita y establecer un régimen democrático
y pluralista. Los venezolanos optimistas se ilusionan con seguir el
mismo camino y jubilar a Maduro en Cuba o España. Probabilidad: baja. El
segundo escenario es menos alentador y consiste en la vía egipcia, en
la que la marea prodemocrática consiguió derribar al dictador Hosni
Mubarak pero, después de un breve experimento democrático, el régimen
autoritario consiguió reequilibrarse bajo otro liderazgo. Un
bolivarianismo sin Maduro aparece como una alternativa viable, que
reduciría la presión sobre el régimen sin cambiarlo. El tercer escenario
es Zimbabue, un país devastado donde autoritarismo e inflación
convivieron durante años sin poner en causa al régimen. La destitución
final de Robert Mugabe, después de 37 años en el poder, no abrió las
puertas de la democracia ni resolvió los problemas económicos. Esta es
la situación venezolana por default.
El cuarto escenario
es Libia, un país extenso y poco poblado en el que una intervención
extranjera mal planeada y mal implementada quebró el monopolio de la
violencia ejercido por Muamar Gadafi y falló en construir otro. La
consecuencia fue la desaparición efectiva del Estado, cuya supervivencia
nominal camufla a una miríada de grupos tribales y mafiosos que se
reparten el control territorial y los recursos naturales. Visto el
descontrol de las fronteras venezolanas y la presencia de organizaciones
criminales colombianas en su territorio, este desarrollo es cada vez
más verosímil. El quinto escenario es Siria, un país en guerra civil
donde los bandos no coexisten fragmentariamente, como en Libia, sino que
se disputan militarmente el territorio. La probabilidad de esta
evolución es baja porque las armas, en Venezuela, están todas del mismo
lado. La posibilidad de que China invierta sumas astronómicas para
extraer recursos naturales de Venezuela decrece del primero al cuarto
escenario y desaparece en el quinto. Ello presenta una paradoja: cuanto
mejor le vaya a la democracia venezolana, mayor probabilidad tendrá de
convertirse en un protectorado económico.
Como alternativas a la democracia liberal, el fascismo y el comunismo quedaron fuera de combate en el siglo xx. La tragedia venezolana y su posible deriva china exhiben las dos alternativas que se le alzan en el siglo xxi:
de un lado, la ineficiencia utópica del liderazgo carismático; del
otro, la eficiencia distópica de la autocracia digital. La democracia
será menos utópica o menos eficiente que sus rivales, pero, como quería
Karl Popper, seguirá siendo el único régimen político que nos permita
librarnos de nuestros gobernantes sin derramamiento de sangre.
1.
A. Lührmann y S.I. Lindberg: «A Third Wave of Autocratization is Here: What is New about It?» en Democratization, 1/3/2009.
2.
A. Pérez Liñán: Juicio político al presidente y la nueva estabilidad política en América Latina, FCE Buenos Aires, 2009.
3.
L. Marsteintredet y A. Malamud: ob. cit.
4.
S. Levitsky y D. Ziblatt: Cómo mueren las democracias, Ariel, Barcelona, 2018.
5.
Ibíd., p. 137.
6.
Ibíd., p. 247.
7.
P.C. Schmitter: «Real-Existing
Democracy and its Discontents», trabajo presentado en el ISCTE/Instituto
Universitario de Lisboa, Lisboa, 22/3/2019.
8.
P. Marx y G. Schumacher: «Do Poor
Citizens Vote for Redistribution, Against Immigration or Against the
Establishment? A Conjoint Experiment in Denmark» en Scandinavian Political Studies vol. 41 No 3, 2018.
9.
D. Campello y C. Zucco Jr.: «Presidential Success and the World Economy» en The Journal of Politics vol. 78 No 2, 2016.